Un picnic inspirado en Goya
¿A quién no le va a gustar replicar un plan gastronómico del siglo XVIII?
A ver, acaba de ser San Isidro, irse de picnic es gratis (es que de verdad que no entiendo por qué no lo hacemos más) y Goya tiene un cuadro llamado “La merienda”… Es obvio que hay que hablar de esto. Vete preparando los cubiertos, la cesta y la manta de cuadros porque hoy te traigo motivación deciochesca recién salida del Prado para que te animes a salir a disfrutar de este tiempecillo primaveral mientras te pones las botas.
Un poquito de contexto muy resumido: Madrid en el siglo XVIII lo estaba petando. Seguimos. Entre las “chorrocientas” tribus urbanas habidas y por haber aquí encontramos una que caía muy bien: los majos y las majas. Estos tipos sabían lo que se hacían, según la RAE (¿eso que huelo es naftalina?) eran gentes “que en su porte, acciones y vestidos afectaba libertad y guapeza.” Y mira, no sé tú, pero a mí me hablas de libertad y guapeza y ya tienes mi atención.
El caso es que a estas personas les flipaba la música, las fiestas y, lógicamente, comer. ¿Y qué mejor sitio para disfrutar del jolgorio que a la orilla del caudalosísimo (guiño, guiño, codo, codo) Manzanares? Ni cortos ni perezosos, cogían su petate y se marcaban un picnic en toda regla. Y Goya, que era muy fan de lo costumbrista, los inmortalizó para siempre en este cuadro que, por cierto, le sirvió para hacerse un hueco en el mundillo:
Pero vamos a lo que vamos, ¿qué narices están comiendo? En la imagen se puede ver que tienen pan, botellas de vino y queso. Bien, hasta ahí lo tenemos fácil (luego ya si tal nos ponemos a definirlo un poco más). Pero también se atisba algún resto de comida, una tortera y una olla tapada y, como hemos venido aquí a jugar, vamos a investigar un poco a ver si adivinamos qué podría ser porque… ¿con qué se llenaban el gaznate en el siglo XVIII?
En esa época la gastronomía española había integrado alimentos americanos como la patata o el tomate, el chocolate estaba de moda y las influencias de las cocinas francesa e italiana eran notables en la corte. En 1745 el fraile y cocinillas Juan Altamiras publicó su entrañable libro “Nuevo arte de la cocina española” donde enseñaba a crear platos deliciosos con poco presupuesto. Hoy nos vamos a servir de él para adivinar qué tienen esos majos entre manos.
Descifrando un estómago goyesco
Miremos a la olla de cobre. A ver, tiene que ser algo de carne: se aprecian unos huesos sobre los platos y encima estaba asociada con la virilidad (¿masculinidad tóxica? ¿dónde?). Si te fijas, no hay cucharas (guisos descartados) y los huesos no son tan pequeños como los de un ave, así que mi apuesta es que se han puesto finos a cordero asado cocinado con tocino, perejil, ajo y lima, tal y como recomienda nuestro simpático amigo fraile en su recetario.
Vamos a la tortera, que era el recipiente donde se hacían tortadas (tortas grandes) y podían ser dulces o saladas. Como se les ve tan contentos por la visita de la vendedora de naranjas pensemos que no habían llevado postre y que el plato que buscamos es salado. ¿Y qué receta salada cocinada en una tortera encontramos en el recetario? Los huevos en abreviatura: una especie de tortilla a la que se añadía calabaza, cebolla, tomate, perejil y hierbabuena.
Y, como decíamos antes, también podemos ver roscas de pan, un queso que por su pinta bien podría ser manchego y tres botellas de vino. Las dos más oscuras pueden ser perfectamente tintos “de pasto” (vamos, que no eran los que bebían los ricos) pero… ¿y la otra botella con líquido anaranjado? Su peculiar color, en ese contexto histórico, indica que tiene muchas papeletas de ser moscatel, concretamente uno producido en Carabanchel.
Un viaje en el tiempo: del siglo XVIII al XXI
Resumiendo, estos simpáticos amiguillos amantes de la buena vida se han pegado un festín a base de vino tinto, moscatel, queso, roscas de pan, una tortilla bien condimentada y cordero asado (si ya decía yo antes que esta gente sabía lo que se hacía). El problema es que estamos en el siglo XXI, tenemos prisita por todo y somos más bien de culo inquieto, así que plantear replicar este menú puede ser un retro demasiado grande. Aquí va mi propuesta adaptada a nuestros días.
Descarta el tinto, que ya lo tienes muy visto, y hazte con un moscatel. Para comer vamos a quedarnos con lo esencial de cada plato: engancha un queso manchego, pilla unos roscos de pan (de estos que son duros y que venden en cualquier lado), hazte una tortilla (si tienes tiempo y ganas, añade los ingredientes que recomendaba el fraile) y asa un pollo con zumo de lima (digo pollo y no cordero porque no se tú, pero yo llego a final de mes temblando), ¡y listo!
Ahora sólo queda mirar el parte meteorológico, elegir un parque que te encante (si no lo conoces todavía sería aún mejor) y que disfrutes, sobre todo que disfrutes, porque a veces creemos que para vivir una experiencia gastronómica a cuerpo de rey nos tenemos que gastar mucho dinero y para nada: basta con darle un enfoque ilusionante, dedicarle presencia y salir de la monotonía del día a día.
Me despido por hoy, no sin antes decirte que si te lanzas a replicar el picnic de estos majos del siglo XVIII me haría una ilusión tremenda que me lo enseñases: sígueme en @elmordiscodeldia y me cuentas, ¿trato?
¡Ale, mordisqueando, que es gerundio!
Gracias por llevarme en éste análisis gastronómico divertidísimo de la obra. Concuerdo con lo que sugieres sobre el menú ... y no olvidarse de invitar a varios buenos amigos al picnic para que el festín se replique. 🌸🌸